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La Guajira, un viaje por su cultura

September 16, 2019

La tenue corriente de aire se discurría por entre los vetustos tablones de madera, entonando una estridente melodía capaz de escrutar en el interior del sueño más hermético. Aquel plano onírico, fue igualmente perturbado por el pestífero hedor a madera podrida que se difuminaba implacablemente por todo el dormitorio. Tras alcanzar uno de los bordes de su cama, Rafael advirtió un manojo de papeles apiñados bajo la rendija de su puerta, mirándolos con recelo, se incorporó y los arrojó a la caneca con las demás peticiones de desalojo y recibos caducados. Desde que había perdido su anterior trabajo le había sido profusamente complejo mantenerse al día con el pago del alquiler y demás obligaciones de índole económico.

 

Aquel ominoso panorama no era precisamente excéntrico en una ciudad como Bogotá, donde el desempleo y la escasez poblaban las calles. No obstante, pese a la precariedad de su situación, Rafael no se afligía por encontrarse desempleado, dado que, preferiría perderlo todo antes que seguir escribiendo insidiosos y quiméricos artículos para periódicos embusteros. Además, justo aquel Julio 22 del 2019, viajaría al departamento de La Guajira con el objetivo de corroborar personalmente la existencia de las numerosas problemáticas que asolaban dicha región.

 

Tras llegar a las 9:08 de la mañana al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, Rafael se reunió inmediatamente con Daniel, un colega quién sería el encargado de guiarlo durante los próximos cinco días a lo largo del departamento. Daniel, era un reportero bastante obstinado con una lucidez y pensamiento crítico admirables, él anhelaba poder descifrar el origen y naturaleza de las principales problemáticas que atormentaban a las comunidades étnicas de Colombia, por lo cual, desde ya hace bastante tiempo había abandonado la ciudad para adentrarse en las regiones periféricas del país. Luego de unos breves instantes, ambos se dirigieron a la Ranchería Dividivi, donde residía una comunidad Wayúu que amablemente había accedido a contarles sobre su cultura, y cómo ésta estaba siendo erradicada en vista de los conflictos sociales, económicos y políticos presentes en La Guajira.

 

Al llegar, ambos fueron recibidos por Eluney, una de las mujeres wayúu presentes en dicha sociedad. Ella les informó que las comunidades Wayúu son una de las últimas sociedades matriarcales existentes en todo el mundo, cuya cultura es bastante singular con respecto a la existente en las ciudades. Ellos atribuyen su origen a una divinidad todopoderosa conocida como Maléiwa, quien según la mitología wayúu, es el creador tanto del planeta como de todas las sociedades que lo habitan. Además, les explicó la importancia económica y cultural del tejido sobre dichas comunidades: concebido desde una perspectiva mítica, el tejido presente en las mantas, mochilas y demás artesanías wayúu, pretende representar su pasado e idiosincrasia por medio de diversas formas y colores que, lejos de estar urdidas arbitrariamente, narran una historia ancestral que pasa frecuentemente desapercibida ante los ojos de cualquier turista.

 

Por último, Eluney les habló sobre las adversidades que como comunidad deben afrontar diariamente,  entre las cuales destacaba la escasez de agua, dado que supone un enorme obstáculo para el desarrollo de actividades económicas como la ganadería y la agricultura. Frente a esto, Daniel señaló que el sistema de acueducto y alcantarillado presente en la Guajira no cubre ni el 8% de su territorio, lo cual, sumado al acaparamiento y privatización de fuentes hídricas superficiales por parte de empresas transnacionales, dejan a las comunidades Wayúu con los aljibes y pozos hidráulicos como principal y única fuente de agua.

 

Al día siguiente, Rafael y Daniel decidieron visitar las Salinas de Manaure. Allí conocieron a Mateo, uno de los muchos trabajadores que dependían, esencialmente, de la extracción de sal. Él les comunicó que a diferencia de los métodos de extracción industriales usados por las compañías multinacionales, los utilizados por los trabajadores guajiros eran plenamente naturales, dado que utilizan el agua de mar para extraer el cloruro de sodio, el cual es obtenido mediante la intervención del sol y de los fuertes vientos. Dicho procedimiento, además de ser ecológicamente amigable, también corresponde a una tradición guajira ancestral, la cual ha sido profanada por los entes gubernamentales y corporaciones privadas.

 

El Estado colombiano los ha expropiado progresivamente de sus salinas, por no tener títulos sobre dichas tierras, por lo cual, aquellos territorios son vendidos a empresas extranjeras por ser considerados como terrenos baldíos. Aunado a esto, las pocas salinas que aún persisten solo pueden vender su mercancía al Estado por precios irrisorios, ya que los trabajadores tampoco cuentan con licencias comerciales que les permitan interactuar con otro tipo de mercados.

 

Durante los siguientes tres días, ambos visitaron todo tipo de lugares y culturas, por ejemplo, se dirigieron a la Institución Ednoeducativa Integral-rural internato Cabo de la Vela, en donde pudieron observar de cerca una de las instituciones educativas más representativas del lugar. Al llegar, notaron inmediatamente que los murales de dicho colegio estaban bañados por diversas formas y colores que dejaban entrever la creatividad y conocimiento de los estudiantes. Luego, tras hablar con la rectora, Rafael y Daniel conocieron que la mayoría de las instituciones educativas de la Guajira estaban adoptando un modelo de educación profusamente similar al occidental, no obstante, se les inculcaba a los niños la importancia de conservar su identidad y pasado indígena, pues aquello era lo que los diferenciaba de los demás colombianos.

 

Al regresar a la ranchería el Dividivi, tuvieron una noche de cultura vallenata, en donde conocieron a Juan Pablo Marín, el hijo del aclamado compositor Héctor Marín, quien les contó el trasfondo y relevancia de las canciones de su padre sobre La Guajira, las cuales buscaban en ocasiones enaltecer la belleza del territorio, o realizar críticas subversivas alrededor de las problemáticas que devastaban dicho departamento. También, tuvieron la oportunidad de visitar el Santuario de fauna y flora Los Flamencos y allí conocieron de primera mano la importancia de salvaguardar el ecosistema guajiro, no solo por ser el pilar de gran variedad de actividades económicas locales, sino también por constituir una fracción significativa de la fauna y flora colombiana. Para finalizar con su expedición, el 26 de julio, Daniel acompañó a Rafael al aeropuerto de Santa Marta, despidiéndose y pidiéndole que se volvieran a contactar en un futuro próximo. Rafael, concluyó su viaje dichosamente, pues se mostraba impaciente por regresar a Bogotá para poder plasmar todo lo que había aprendido a lo largo de su viaje sobre aquella máquina de escribir que aún reposaba sobre la mesa de su cuarto.

 


Diego Andrés Castillo Guerrero
Noveno A


 

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